https://doi.org/10.56219/letras.v64i105.3290

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Artículo

de todos, de cualquiera” (Caparrós, 2015). El escritor debe penetrar el mundo del otro, atrapar su sentir, su andar, su recorrido vivencial, probar con llegar hasta sus emociones y probar reproducirlas.

Tom Wolfe (1977/1998) construyó su perspectiva sobre lo que ocurría. Cuando reseñó el tradicional rol del comunicador social, asentó virtudes de la nueva escritura que interesan a este estudio, pues certifican la fiabilidad de las formas léxico-semánticas tratadas. Las crónicas son textos no-ficcionales. Son instantáneas vivas, un video, una fotografía, una entrevista en vivo, una tertulia de informantes ideales, pues exhiben gestos ordinarios, hábitos, modales, costumbres; estilos típicos de muebles, de ornamentos, de organizar el hogar, de interaccionar con el otro, de comer. Como es un texto forjado con conversaciones reales, con voces auténticas, con gente de verdad, el diálogo ayuda a construir el personaje, quien habla es un ser real. Las crónicas reportan lo que las personas son o dicen que son o lo que esperan ser. Para Wolfe (1977/1998), esta suerte de confesionario no es mera estilística literaria, “adorno de la prosa”, sino que representa la fuerza del realismo. Así que de las crónicas podrían extraerse muestras pertinentes de habla ecuatoriana y, como en ellas, la gente palpita en su cotidianidad pueda que aludan a su alimentación.

Como en estas prácticas narrativas, los personajes desnudan sus emociones, las escritas por migrantes sobre seguro contienen recuerdos, añoranzas, sentimientos acerca del arrancarse y del intentar trasplantarse en terreno desconocido. El individuo nace en una región y mediante el proceso de socialización adquiere su identidad, su propia esencia, lo que es. Una rutina le configura, una indumentaria, un clima, el árbol de la esquina, la señora de al lado, el abuelo que cuenta y recuerda, los padres que administran miel y hiel, etc. Un día debe partir, se desarraiga, tendrá que dejar de ser lo que era. Debe modificarse en todo, también lingüística y gastronómicamente. El luto, el dolor que causa la separación han sido estudiados como síndrome de Ulises o síndrome del emigrante (Cfr. Achotegui, 2021, 2012 y 1999). Se hable de duelo migratorio, mal del inmigrante, melancolía del emigrante, morriña, nostalgia. Ese dolor o su catarsis pueda que se prolongue en las emociones que expresa en sus conversaciones, lo que hará en su variedad. Entonces, ofrecen posibilidades de explicar los reclamos que efectúan las papilas gustativas de quienes se fueron.