Y un dato más. Leyendo cada uno de los capítulos, son dieciséis para ser exactos,
resulta casi imposible no evocar a cada momento aquella mítica frase de Gabriel García
Márquez escrita en su biografía Vivir para contarla (2002): “La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
No hace falta decir más, los detalles del relato pertenecen a cada lector. Lo que sí les
puedo asegurar es que esta novela es una de esas obras que uno empieza a leer y no puede
dejar de hacerlo hasta el final, es decir, hasta la página 268. Cosa no tan positiva porque
deberíamos aprender a dosificar el placer, de la clase que sea…. Pero si lo anterior ocurre, es
porque la historia es interesante, uno se puede identificar con ella con absoluta facilidad y
porque su prosa constituye una delicia. Hay unas frases extraordinarias: “…Antes de nacer,
yo ya miré por la ventana del ombligo y vi las llamas del infierno. Yo sabía ya desde el
principio a qué tipo de lugar había venido a parar” …, le comenta Andrea, la hija sándwich,
a Aurora. Otro ejemplo: “Durante días y días anduvo divagando por el laberinto de las rutinas
cotidianas, a pesar de que ya no tenía ni ganas de coger una escoba y barrer los pedazos rotos
de su vida…” La frase tiene como protagonista de nuevo a Andrea.
Y atención con la comprensiva Aurora. Se pasa los doscientos capítulos de la
telenovela escuchando y callando pasivamente, cargando en lo más hondo de su ser todos los
rencores de su familia “adoptiva”. Pero al final hay una sorpresa con ella y con el tiempo del
relato y, en consecuencia, con la propia sucesión de los acontecimientos.
Y por si todo esto fuera poco, uno de los personajes, Horacio (ex esposo de Sonia,
padre de Eva y Azucena y el consentido de la suegra autoritaria) es dueño de una juguetería
y tiene en su casa una especie de museo del juguete. En una de las líneas señala que uno de
sus juguetes favoritos es Mázinger Z. Y ahí sí es verdad que la imaginación se pintó su cara
de niña traviesa y voló. Recordé a Koji Kabuto, a Sayaka y a Afrodita con sus senos-cohetes,
al torpe de Bob y sus amigos, a los científicos con caras de locos y al malvado más perverso
de todos: el mítico Doctor Gel, con su ristra de monstruos ideados con el objetivo de liquidar
a Mázinger Z. Ahhh… y al Conde decapitado también, ni más faltaba que me trasladé al
mundo feliz de la infancia, pues.