Reseña
Lorca, quien le canta “jondo” a la vida, a la mujer, a la muerte en sus obras poéticas y
dramáticas.
La primera parte de La persistencia de los árboles lleva el nombre: “Dejemos que
caigan las hojas”. En veintitrés poemas se describe la descomposición del cuerpo en vida y
el contacto con este, la experiencia de sus cuidadoras y el amor que batalla para preservar el
cuerpo de quien aman: “tu pis gotea la cama/ llenándome de asco la ternura”. p.13. En este
nombrar el cuerpo, aparecen imágenes de sus manos, el rostro, la mirada que bien pudieran
recrearse en una pintura.
La segunda parte comprende diecinueve poemas y se intitula “Tres raíces para una
trenza”. En esta se infiere la aproximación de la muerte y su llegada. Las raíces son tres
mujeres (abuela-madre-hija) arraigadas a la tierra, resignadas. Ya no es el cuerpo padeciendo
el dolor y la decadencia, es el cadáver: “No sé quiénes se han creído que son para tratarte
como un cadáver ojoso/ a ti, que te gustaba ser paisaje para todos/ con los pechos rebosantes
de alimento”. p.43.
La tercera parte se llama “Has muerto cuando las golondrinas crían”. Sotomayor ha
dedicado la última sección de su libro a la experiencia del duelo en doce poemas. Las palabras
“ausencias”, “hondo”, “charco”, “llanto”, “anhelo” ocupan el espacio de lo que no existe ya,
del recuerdo de quien dio vida a la generación de dos mujeres: “es cierto que la soledad es
siempre/ lo que sujetamos en el último recuerdo”. p.74. La autora cierra con los poemas más
dolorosos y contundentes, la sentencia final es su recurso, las imágenes de impacto, los
impresionismos, el deslumbramiento. Estos son poemas más extensos, los suspiros son más
largos; la sensación es de plegaria, de ruego y largo aliento.
Los poemas de Sotomayor han ascendido silenciosamente como la enredadera entre
los árboles. Esto lo hace a través de una simbología casi fundadora. El árbol- madera, mater-
madre- se asienta con fuerza, con “persistencia” en el piso que le toca. Recibe ventiscas,
desenfrenos de lluvias, largas sequías y el olvido. Magdalena Buenosvinos, la abuela a quien
se dedican los poemas, es ese árbol que persiste, pero también lo son la hija y la nieta,
abocadas a la dureza de verla morir: “los árboles siempre se mantienen en pie”. p.16.