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Sí, aquel hermoso culito de ninfa me ha poseído. Porque en realidad fue ella la que
me penetró, la que sodomizó mi espíritu. Ella, la amiguita de mi hija, la inocente que
se quedó a dormir aquí la noche del encierro definitivo y amaneció convertida en
eterna colegiala de glúteos parados. La inmortalidad tiene algo que pervierte; quizás
porque en ésta el bien y el mal fluyen indistintamente, como un mismo gas (88).
Los excesos sexuales manifiestan el poder que tienen los inmortales de someter y ser
sometido. La monstruosidad de estos seres los coloca “más allá del bien y del mal”
(Nietzsche, 1983) porque, por un lado, no hay leyes exteriores que los rijan y, por el otro,
como reflexiona el Pantocrátor al final de la cita, bien y mal son “un mismo gas”, es decir,
las dos caras del poder soberano en el mundo.
A propósito de la monstruosidad de los personajes en Sade, Michel Foucault, señala: “el
poder, su exceso, su abuso, el despotismo, es siempre el operador del libertinaje en Sade. Es
ese superpoder el que transforma el mero libertinaje en monstruosidad” (2000, p. 103). En
este sentido, el Pantocrátor es individuo que usa su poder económico y político para obtener
el placer del otro, subordinado, esclavo o sublevado, sin embargo, ambos participan en
condiciones diferentes del juego sexual. Lulú utiliza su poder seductor para pervertir la
castidad del Pantocrátor quien se ve obligado compartir con ella el vacío de la decadencia
que deja el festín orgiástico en la casona. “El sexo es un anhelo de eternidad que muere en el
orgasmo” (87), sentencia, al tiempo que recurre al onanismo para consolar el “cepo de
lujuria” que Lulú despierta en su cuerpo inmortal.
Los monstruos sexuales de En sueños matarás corresponden también a las dos formas
de monstruosidad de las que habla Foucault en Los anormales: el incesto y la antropofagia.
Lucrecia, antes de convertirse en la madame devoradora de hombres, es vilmente violada por
su padre y sus hermanos; Marilyn, “mujer hermosa, hermosísima, rubia platinada,
provocativa, caníbal” (121), experimenta el clímax sexual en el momento en que degüella a
sus víctimas. A estas anomalías se le suma la sodomía de Tomás y Edmundo, y el placer
homosexual que experimenta Sofía con su amiga Lulú. El exceso sexual, según, el
Pantocrátor, introdujo la muerte en la casona y llevó al asesinato del mayordomo: “El
mayordomo incitó en sexo en la casona, y el sexo fue su ritual, su magia negra” (87). Dentro
de este contexto, cualquiera de los inmortales pudo haber sido el victimario porque todos se
habían convertido en monstruos sexuales. Incluso el detective sucumbe a las tentaciones del